enero 27, 2010

Temor

Se dice que se teme a lo que no se conoce. Estoy de acuerdo en la gran mayoría de los casos: tememos el día salimos de la escuela porque qué será de nosotros, tememos qué será de la relación que recién iniciamos, nos da miedo pensar qué pasará luego de la muerte de un ser querido y, en general, nos atemoriza el mañana.

Cierto, de acuerdo con aquellos de la filosofía del vaso medio lleno, no tendríamos nada que temer o bien podría reconfortarnos el hecho de que el mañana puede estar plagado de dicha y exito, pero seamos sinceros, ese no es el desenlace de la mayor parte de las cosas. Dicen popularmente, que el miedo no anda en burro: tenemos razones para temer. Todos y cada uno de nosotros tenemos experiencias que respaldan nuestros miedos, hechos que nos han vuelto más cautos y que nos hacen estar alerta de peligros futuros; después de todo, si no fuera así no sobreviviríamos. Pero, hay momentos en que este instinto de supervivencia va un poco más allá e invade aspectos no vitales de nuestra vida y se anticipa a una gran cantidad de eventos. Más aún, hay ocasiones en que este instinto se mezcla con una basta cantidad de experiencias y deja de ser miedo a la incertidumbre para ser una terrible certeza.

¿Entonces por qué tememos? ¿Será que acaso la esperanza nos dice que hay una pequeña oportunidad de que aquello no siga nuestros vaticinios y lo que tememos es perder esa posibilidad de un futuro brillante y feliz?

No lo sé a bien. Es posible que detrás de ese aparente convencimiento se escondan aún más dudas y por ello el miedo sea aún más grande, pero mientras averiguo si eso es cierto o no, hoy me invade la certeza de que algo saldrá mal en aquello que tengo puestas las esperanzas de que saldrá bien. Cruel juego el de mi mente, éste de hacerme ver oasis y luego, mientras me acerco y la brisa refrescante me llega desde lejos, meter, subrepticiamente, la certeza de que moriré de sed antes de llegar o de decepción cuando descubra la ilusión.

Esto es como ver la inminente colición de un auto a través del retrovisor del mío: es una imagen en un espejo, es decir, no existe, pero el evento sí, a pesar de no verlo de forma directa. Y la certeza de que ello dolerá no puede ser borrada de mi mente.

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